viernes, 12 de marzo de 2010

EL PURGATORIO (Jorge Loring)

El purgatorio es el sufrimiento de las almas que no se condenan por  no haber muerto en pecado mortal, pero tienen que purificarse, de algún modo del pecado, antes de entrar en el cielo.

La existencia del purgatorio es dogma de fe. Esta definido en los  Concilios de Lyon y Florencia. También en el Concilio de Trento.
«Ya en el siglo II se ofrecía la eucaristía por los difuntos. En el Segundo Libro de los Macabeos (12: 43-46) se dice que con las  limosnas en favor de los muertos éstos quedan liberados de sus pecados Io cual confirma la existencia del purgatorio.

Esto es tan claro que los protestantes, para negar la existencia del purgatorio se ven obligados a negar la autenticidad de este texto. Sin embargo, la Iglesia, desde el principio, desde el Concilio III de Cartago (canon 47), ha tenido este texto como inspirado.

San Pablo indica que hay purificación más allá de la muerte. Y supone que se puede ayudar a los muertos, pues pide por Onesíforo, ya difunto.

Como los del cielo no lo necesitan, y en el infierno esto ya no es posible, San Pablo se refiere a las almas del purgatorio.

Hablando del pecado contra el Espíritu Santo, dice Jesucristo que “no se perdona ni en esta vida ni en la otra”.

Esto significa que hay pecados que se perdonan en la otra, es decir, en el purgatorio; pues en el cielo no es necesario y en el infierno, no es posible pues dijo Cristo, que el infierno es eterno.
Los protestantes niegan la existencia del purgatorio.
Empiezan diciendo que Cristo murió para redimir a toda la humanidad, y que con su muerte estamos salvados todos. Que no son necesarias las buenas obras.

Es cierto que Cristo, con su muerte, ha redimido a toda la humanidad; pero Cristo lo que ha hecho es abrirnos las puertas del cielo. Nosotros tenemos que contar con nuestros propios pasos. En el cielo no se entra a empujones.

En el Evangelio se repite varias veces que las buenas obras son necesarias para nuestra salvación eterna. No porque con ellas compremos el cielo, sino porque Dios quiere que colaboremos.
Con los méritos de Cristo se nos perdonan los pecados de los que estemos arrepentidos, pero quedan las consecuencias de esos pecados. Como el que se arruina jugando en la ruleta. Si se arrepiente, se le perdona su pecado, pero su familia sigue arruinada.

De las consecuencias del pecado nos purificamos en purgatorio. Cristo dice que daremos cuenta de cualquier palabra ociosa, es decir, hasta de las faltas más pequeñas.

Pero del infierno no sale nadie, y no parece adecuado un infierno eterno para las faltas pequeñas. Hay pecados que no son para la muerte.

Por otra parte, dice el Apocalipsis que en el cielo no entrará nada manchado.

Luego tiene que haber un medio para purificarse de las pequeñas faltas que no merecen un infierno eterno, pero que con ellas no se puede entrar en el cielo.

Eso es el purgatorio.
«Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios».

El peor sufrimiento del purgatorio es ver que se retrasa el estar con Dios, que se desea con ansiedad.

Pero este sufrimiento no impide el gozo de «la certeza de la salvación final, de una manera no posible en esta vida».

En el purgatorio se sufre como en el infierno, pero con la esperanza de que tendrá fin y luego vendrá la gloria eterna. Este sufrimiento se va aliviando al acercarse el final.
Todos debemos ser muy devotos de las almas del purgatorio. Los que están allí sufren mucho hasta que les llegue la hora de entrar en el cielo.
No pueden merecer nada para ellos mismos; pero desde este mundo podemos abreviar sus sufrimientos, ofreciendo por ellos misas, oraciones y buenas obras.

Con las indulgencias podemos ayudar a las almas del purgatorio. Debemos preocuparnos sobre todo de nuestros parientes difuntos que quizás estén todavía en el purgatorio.

Quien  no socorre  a las  almas  del  purgatorio  merece ser él  también abandonado cuando se muera.

Si logro con misas, oraciones, etc., sacar un alma del purgatorio,  tendré en el cielo para siempre un alma agradecida, que se interese por mis cosas y me ayude en mis necesidades.

Cómo Responder Cuando Alguien Dice Que
EL PURGATORIO NO ES MENCIONADO EN LA BIBLIA, ASI QUE LAS ENSEÑANZA DE LA IGLESIA AL RESPECTO ES INVÁLIDA    (Visita este enlace bíblico acerca del Purgatorio).

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MARIA

MARIA

LAS 3 AVEMARIAS PRENDA DE SALVACION ETERNA


LA VIRGEN PROMETIÓ A SANTA MATILDE Y A OTROS SANTOS QUE QUIEN REZARA DIARIAMENTE TRES AVEMARÍAS, TENDRÍA SU AUXILIO DURANTE LA VIDA Y SU ESPECIAL ASISTENCIA A LA HORA DE LA MUERTE, PRESENTÁNDOSE A ESA PERSONA EN SU HORA FINAL CON EL BRILLO DE UNA BELLEZA TAL QUE EL SOLO VERLA LO CONSOLARÍA Y LE COMUNICARÍA LAS ALEGRÍAS DEL CIELO.

http://lastresavemarias.blogspot.com





MARIA FAUSTINA Y EL PURGATORIO


Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo.

En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mi no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿Cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios, Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio, Las almas llaman a María “La Estrella del Mar”. Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. [Oí una voz interior que me dijo: Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige. A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes.




Caminando dos amigos, uno protestante y otro católico, iban hablando de temas religiosos. El protestante preguntó al católico:

-Pero ¿es posible que creas en el purgatorio? Yo pienso que, si nos salvamos, estamos salvados y no tenemos por qué pasar por ningún sitio para llegar al cielo.

Estaban llegando a la casa del que era católico y éste dijo:

-Vamos directamente a la mesa, pues nos han preparado de comer.

-¿Con esta facha y tan polvorientos? Imposible, sería un insulto a tu esposa. Antes vayamos a lavarnos y a cambiarnos de ropa.

Así lo hicieron. Ya a la mesa, dijo el católico a su esposa:

-Puedes sentirte orgullosa, pues nuestro amigo guarda más deferencia contigo que con el mismo Dios.

-¿Cómo? ¿Qué quieres decir?, preguntó ella.

-Nada; que nuestro amigo no se atreve a presentarse a la mesa sin antes lavarse y mudarse, creyendo que el no hacerlo sería una falta de respeto hacia ti, y, en cambio, piensa entrar en el cielo directamente, con todo el polvo y la suciedad de su vida en el alma.

-¡Hombre!, exclamó entonces el protestante. ¿Sabes que no me había parado a pensar en este punto de vista? Ciertamente es creíble que las almas de los difuntos prefieran purificarse en el purgatorio antes de presentarse manchadas ante la santidad de Dios.

El pecado trae consigo dos cosas, la culpa y la pena. La culpa del pecado mortal hace reo del infierno, y se quita por la contrición y confesión de los pecados. Pero puede que, a pesar de quitarse la culpa, quede parte de la pena porque el dolor no sea perfecto. Curada la herida, puede quedar una cicatriz, una mancha en el alma que hay que borrar, purificar con dolor, y si no se purga en esta vida con las buenas obras y la penitencia, es preciso hacerlo después de la muerte, porque para entrar en el Cielo es preciso hacerlo con el traje nupcial, es decir, absolutamente limpios.

La culpa del pecado venial no hace acreedor del infierno, pero también hay que purificarla. Por eso, en el purgatorio se purgan los pecados veniales de los que no hubo arrepentimiento y las penas por los pecados mortales o veniales ya perdonados pero no perfectamente purificados.

No se ha de pensar en el purgatorio como en una especie de infierno en pequeño, sino como la antesala del Cielo, porque allí las almas tienen la seguridad de que saldrán para la vida eterna. Sin embargo, sufren daños muy dolorosos. Por eso nos interesa mucho purificar el alma totalmente para no tener que pasar por él. Hablando un día sobre la gravedad de las penas del purgatorio, un famoso predicador puso el ejemplo de uno que sufría de tal manera que constantemente rogaba a Dios que le librase de sus sufrimientos. Una noche el enfermo soñó que se le aparecía un ángel que le decía:

-Vivirás todavía tres años sufriendo como sufres. Pero puedes elegir entre estos tres años de sufrimientos en la tierra o tres días de sufrir en el purgatorio.

El enfermo escogió los tres días y, una vez en el purgatorio, se le apareció de nuevo el ángel.

-Me dijiste que sufriría aquí tres días, le dijo el alma, y estoy seguro de que llevo más de tres años sufriendo espantosamente.

-No lo creas, respondió el ángel. Todavía está caliente tu cuerpo en la tierra. Apenas hace unos instantes que llegaste aquí.

La Iglesia, como buena Madre, ha señalado a los cristianos el mandamiento de ayunar y abstenerse de comer carne ciertos días, para que sirva de mínimo de penitencia. Pero es uno el que ha de estar interesado en hacer penitencia en esta vida.

Por otro lado, el Concilio de Trento señalaba el interés de la Iglesia porque se rece por los difuntos. «La Iglesia Católica, ilustrada por el Espíritu Santo, apoyada en las Sagradas Letras y en la antigua tradición de los Padres, ha enseñado en los sagrados Concilios y últimamente en este ecuménico Concilio que existe Purgatorio y que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y particularmente por el aceptable sacrificio del altar» (Concilio de Trento, ses. XXV). Las almas del purgatorio ya no pueden hacer méritos para salir de allí, pero quienes están en la tierra sí pueden hacer méritos y aplicarles su ayuda. Podemos ayudarlas con nuestras oraciones y sacrificios -especialmente con el Sacrificio de la Misa- y con las indulgencias.

«La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel bien dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la Redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos» (Código de Derecho Canónico, c. 992). La indulgencia es parcial o plenaria, según libre parcial o totalmente de la pena temporal debida por los pecados. Todas las indulgencias pueden aplicarse siempre por los difuntos a modo de sufragio. Para lucrar indulgencia plenaria se requiere realizar una obra enriquecida con este tipo de indulgencia y cumplir tres condiciones: confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice. Se requiere además excluir todo afecto al pecado, incluso venial. Sólo se puede lucrar una indulgencia plenaria al día. Las tres condiciones pueden cumplirse varios días antes o después de la ejecución de la obra; sin embargo, conviene que la comunión y la oración por el Romano Pontífice se hagan el mismo día en que se realiza la obra.

Llevan aneja indulgencia plenaria, entre otras obras, la adoración del Santísimo Sacramento durante, al menos, media hora; la Bendición Papal urbi et orbe recibida piadosamente, aunque sea por la radio; el rezo del Santo Rosario en una iglesia u oratorio público, o en familia; el ejercicio del Via crucis recorriendo, si se puede, las estaciones del vía crucis erigido; el retiro espiritual que dure al menos tres días completos; la bendición apostólica con indulgencia plenaria que administra el sacerdote a la hora de la muerte. Indulgencia parcial se lucra con estas obras si no se reúnen todos los requisitos. Además, llevan aneja la indulgencia parcial el rezo de muchas oraciones -Ángelus, Credo, actos de amor...- y también el uso devoto de algún objeto piadoso -crucifijo, rosario, escapulario...- bendecido por cualquier sacerdote (cfr. Enchiridium Indulgentiarum, de 29-VI-1968).