JUNTO CON LAS MISAS QUE SE DIGAN EN TODO EL MUNDO HOY,
POR TODAS LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO,
POR LOS PECADORES DE TODAS PARTES
POR LOS PECADORES DE LA IGLESIA UNIVERSAL,
POR LOS DE MI PROPIO HOGAR,
POR LOS DE MI PROPIA FAMILIA.
AMEN.
LA VIRGEN PROMETIÓ A SANTA MATILDE Y A OTROS SANTOS QUE QUIEN REZARA DIARIAMENTE TRES AVEMARÍAS, TENDRÍA SU AUXILIO DURANTE LA VIDA Y SU ESPECIAL ASISTENCIA A LA HORA DE LA MUERTE, PRESENTÁNDOSE A ESA PERSONA EN SU HORA FINAL CON EL BRILLO DE UNA BELLEZA TAL QUE EL SOLO VERLA LO CONSOLARÍA Y LE COMUNICARÍA LAS ALEGRÍAS DEL CIELO.
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MARIA FAUSTINA Y EL PURGATORIO
Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo.
En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mi no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿Cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios, Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio, Las almas llaman a María “La Estrella del Mar”. Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. [Oí una voz interior que me dijo: Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige. A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes.
-Pero ¿es posible que creas en el purgatorio? Yo pienso que, si nos salvamos, estamos salvados y no tenemos por qué pasar por ningún sitio para llegar al cielo. Estaban llegando a la casa del que era católico y éste dijo: -Vamos directamente a la mesa, pues nos han preparado de comer. -¿Con esta facha y tan polvorientos? Imposible, sería un insulto a tu esposa. Antes vayamos a lavarnos y a cambiarnos de ropa. Así lo hicieron. Ya a la mesa, dijo el católico a su esposa: -Puedes sentirte orgullosa, pues nuestro amigo guarda más deferencia contigo que con el mismo Dios. -¿Cómo? ¿Qué quieres decir?, preguntó ella. -Nada; que nuestro amigo no se atreve a presentarse a la mesa sin antes lavarse y mudarse, creyendo que el no hacerlo sería una falta de respeto hacia ti, y, en cambio, piensa entrar en el cielo directamente, con todo el polvo y la suciedad de su vida en el alma. -¡Hombre!, exclamó entonces el protestante. ¿Sabes que no me había parado a pensar en este punto de vista? Ciertamente es creíble que las almas de los difuntos prefieran purificarse en el purgatorio antes de presentarse manchadas ante la santidad de Dios. El pecado trae consigo dos cosas, la culpa y la pena. La culpa del pecado mortal hace reo del infierno, y se quita por la contrición y confesión de los pecados. Pero puede que, a pesar de quitarse la culpa, quede parte de la pena porque el dolor no sea perfecto. Curada la herida, puede quedar una cicatriz, una mancha en el alma que hay que borrar, purificar con dolor, y si no se purga en esta vida con las buenas obras y la penitencia, es preciso hacerlo después de la muerte, porque para entrar en el Cielo es preciso hacerlo con el traje nupcial, es decir, absolutamente limpios. La culpa del pecado venial no hace acreedor del infierno, pero también hay que purificarla. Por eso, en el purgatorio se purgan los pecados veniales de los que no hubo arrepentimiento y las penas por los pecados mortales o veniales ya perdonados pero no perfectamente purificados. No se ha de pensar en el purgatorio como en una especie de infierno en pequeño, sino como la antesala del Cielo, porque allí las almas tienen la seguridad de que saldrán para la vida eterna. Sin embargo, sufren daños muy dolorosos. Por eso nos interesa mucho purificar el alma totalmente para no tener que pasar por él. Hablando un día sobre la gravedad de las penas del purgatorio, un famoso predicador puso el ejemplo de uno que sufría de tal manera que constantemente rogaba a Dios que le librase de sus sufrimientos. Una noche el enfermo soñó que se le aparecía un ángel que le decía: -Vivirás todavía tres años sufriendo como sufres. Pero puedes elegir entre estos tres años de sufrimientos en la tierra o tres días de sufrir en el purgatorio. El enfermo escogió los tres días y, una vez en el purgatorio, se le apareció de nuevo el ángel. -Me dijiste que sufriría aquí tres días, le dijo el alma, y estoy seguro de que llevo más de tres años sufriendo espantosamente. -No lo creas, respondió el ángel. Todavía está caliente tu cuerpo en la tierra. Apenas hace unos instantes que llegaste aquí. La Iglesia, como buena Madre, ha señalado a los cristianos el mandamiento de ayunar y abstenerse de comer carne ciertos días, para que sirva de mínimo de penitencia. Pero es uno el que ha de estar interesado en hacer penitencia en esta vida. Por otro lado, el Concilio de Trento señalaba el interés de la Iglesia porque se rece por los difuntos. «La Iglesia Católica, ilustrada por el Espíritu Santo, apoyada en las Sagradas Letras y en la antigua tradición de los Padres, ha enseñado en los sagrados Concilios y últimamente en este ecuménico Concilio que existe Purgatorio y que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y particularmente por el aceptable sacrificio del altar» (Concilio de Trento, ses. XXV). Las almas del purgatorio ya no pueden hacer méritos para salir de allí, pero quienes están en la tierra sí pueden hacer méritos y aplicarles su ayuda. Podemos ayudarlas con nuestras oraciones y sacrificios -especialmente con el Sacrificio de la Misa- y con las indulgencias. «La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel bien dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la Redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos» (Código de Derecho Canónico, c. 992). La indulgencia es parcial o plenaria, según libre parcial o totalmente de la pena temporal debida por los pecados. Todas las indulgencias pueden aplicarse siempre por los difuntos a modo de sufragio. Para lucrar indulgencia plenaria se requiere realizar una obra enriquecida con este tipo de indulgencia y cumplir tres condiciones: confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice. Se requiere además excluir todo afecto al pecado, incluso venial. Sólo se puede lucrar una indulgencia plenaria al día. Las tres condiciones pueden cumplirse varios días antes o después de la ejecución de la obra; sin embargo, conviene que la comunión y la oración por el Romano Pontífice se hagan el mismo día en que se realiza la obra. Llevan aneja indulgencia plenaria, entre otras obras, la adoración del Santísimo Sacramento durante, al menos, media hora; la Bendición Papal urbi et orbe recibida piadosamente, aunque sea por la radio; el rezo del Santo Rosario en una iglesia u oratorio público, o en familia; el ejercicio del Via crucis recorriendo, si se puede, las estaciones del vía crucis erigido; el retiro espiritual que dure al menos tres días completos; la bendición apostólica con indulgencia plenaria que administra el sacerdote a la hora de la muerte. Indulgencia parcial se lucra con estas obras si no se reúnen todos los requisitos. Además, llevan aneja la indulgencia parcial el rezo de muchas oraciones -Ángelus, Credo, actos de amor...- y también el uso devoto de algún objeto piadoso -crucifijo, rosario, escapulario...- bendecido por cualquier sacerdote (cfr. Enchiridium Indulgentiarum, de 29-VI-1968). |
17 de octubre
Dice Jesús:
«Quiero explicarte lo que es y en qué consiste el Purgatorio. Y te lo explico Yo de manera que chocará a muchos que se creen depositarios del conocimiento del más allá y no lo son. Las almas sumergidas en aquellas llamas sólo sufren por el amor.
Ellas no son indignas de poseer la Luz, pero tampoco son dignas de entrar inmediatamente en el Reino de la Luz; son investidas por la Luz, al presentarse ante Dios. Es una breve, anticipada beatitud, que les asegura su salvación y les hace conocedoras de lo que será su eternidad y expertas de cuanto cometieron contra su alma, defraudándola de años de bienaventurada posesión de Dios.
Después, sumergidas en el lugar de purgación, son investidas por las llamas expiadoras. En esto aciertan quienes hablan del purgatorio. Pero donde se equivocan es al querer aplicar distintos nombres a esas llamas.
Éstas son incendio de amor. Purifican encendiendo de amor las almas. Dan el Amor porque, cuando el alma ha alcanzado ese amor que no alcanzó en la tierra, es liberada y se une al Amor en el Cielo. Te parece una doctrina distinta de la conocida, ¿verdad? Pero piensa.
¿Qué es lo que Dios Uno y Trino quiere para las almas que ha creado? El Bien.
Quien quiere el Bien para una criatura, ¿qué sentimientos tiene hacia la criatura? Sentimientos de amor.
¿Cuál es el mandamiento primero y segundo, los dos más importantes, de los que he dicho que no los hay mayores y en ellos está la llave para alcanzar la vida eterna? Es el mandamiento del amor: “Ama a Dios con todas tus fuerzas, ama al prójimo como a ti mismo”.
¿Que os he dicho infinidad de veces por mi boca, la de los profetas y los santos? Que la mayor absolución es la Caridad. La Caridad consuma las culpas y las debilidades del hombre, porque quien ama vive en Dios y viviendo en Dios peca poco, y si peca se arrepiente inmediatamente, y el perdón del Altísimo es para quien se arrepiente.
¿A qué faltaron las almas? Al Amor. Si hubieran amado mucho, habrían cometido pocos y leves pecados, unidos a vuestra debilidad e imperfección pero nunca habrían alcanzado la persistencia consciente en la culpa, ni siquiera venial. Habrían visto la forma de no afligir a su Amor y el Amor viendo su buena voluntad, les habría absuelto incluso de los pecado veniales cometidos.
¿Cómo se repara, también en la tierra una culpa? Expiándola y, cuando es posible, a través del medio con el que se ha cometido. Quien ha dañado, restituyendo cuanto quitó con prepotencia.
Quien ha calumniado, retractándose de la calumnia, y así todo.
Ahora, si esto lo requiere la pobre justicia humana, ¿no lo querrá la Justicia santa de Dios? ¿Y qué medio utilizará Dios para obtener reparación? A Sí mismo, o sea al Amor, exigiendo amor.
Este Dios al que habéis ofendido, y que os ama paternalmente, y que quiere unirse con sus criaturas, os lleva a alcanzar esta unión a través de Sí mismo.
Todo gira entorno al Amor, María, excepto para los verdaderos “muertos”: los condenados. Para estos “muertos” también ha muerto el Amor. Pero para los tres reinos - el que tiene el peso de la gravedad: la Tierra; aquél en el que está abolido el peso de la materia pero no el del alma cargada por el pecado: el Purgatorio; y, en fin, aquél cuyos habitantes comparten con el Padre su naturaleza espiritual que les libera de todo peso - el motor es el Amor. Amando sobre la Tierra es como trabajáis para el Cielo. Amando en el Purgatorio es como conquistáis el Cielo que en la vida no habéis sabido merecer. Amando en el Paraíso es como gozáis el Cielo.
Lo único que hace un alma cuando está en el Purgatorio es amar, pensar, arrepentirse a la luz del Amor que esas llamas han encendido para ellas, que ya son Dios, pero que, para su castigo, le esconden a Dios.
Esto es el tormento. El alma recuerda la visión de Dios que tuvo en el juicio particular. Se lleva consigo ese recuerdo y, dado que el haber tan sólo entrevisto a Dios es un gozo que supera todo lo creado, el alma está ansiosa de volver a gustar ese gozo. Ese recuerdo de Dios y ese rayo de luz quele revistió cuando compareció ante Él, hacen que el alma “vea” la importancia que realmente tienen las faltas cometidas contra su Bien, y este “ver”, junto a la idea de que por esas faltas se ha impedido voluntariamente, durante años o siglos, la posesión del Cielo y la unión con Dios, constituye su pena purgante.
El tormento de los purgantes es el amor y la certeza de haber ofendido al Amor. Un alma, cuanto más ha faltado en la vida, tanto más está como cegada por cataratas espirituales que le hacen más difícil conocer y alcanzar ese perfecto arrepentimiento de amor que es el primer coeficiente para su purgación y entrada en el Reino de Dios. Cuanto más un alma lo ha oprimido con la culpa, tanto más pesado y tardío se hace vivir el amor. A medida que se limpia por poder del Amor, se acelera su resurrección al amor y, de consecuencia, su conquista del Amor que se completa en el momento en que, terminada la expiación y alcanzada la perfección del amor, es admitida en la Ciudad de
Dios.
Hay que orar mucho para que estas almas, que sufren para alcanzar la Alegría, sean rápidas en alcanzar el amor perfecto que les absuelve y les une conmigo. Vuestras oraciones, vuestros sufragios, son nuevos aumentos de fuego de amor. Aumentan el ardor. Pero - ¡oh! ¡bienaventurado tormento! - también aumentan la capacidad de amar. Aceleran el proceso de purgación. Alzan las almas sumergidas en ese fuego a grados cada vez más altos. Las llevan a los umbrales de la Luz.
Abren las puertas de la Luz, en fin, e introducen el alma en el Cielo.
A cada una de estas operaciones, provocadas por vuestra caridad hacia quien os precedió en la segunda vida, corresponde la sorpresa de la caridad hacia vosotros. Caridad de Dios que os agradece el que proveáis por sus hijos penantes, caridad de los penantes que os agradecen el que os afanéis por introducirles en el gozo de Dios.
Vuestros seres queridos nunca os amaron tanto como después de la muerte de la tierra, porque su amor ya está impregnado de la Luz de Dios y a esta Luz comprenden cómo les amáis y cómo deberían haberos amado.
Ya no pueden deciros palabras que invoquen perdón y den amor. Pero me las dicen a Mí para vosotros, Yo os traigo estas palabras de vuestros Difuntos que ahora os saben ver y amar como se debe. Os las traigo junto con su petición de amor y su bendición, que ya es válida desde el
Purgatorio porque ya está animada por la inflamada Caridad que les quema y purifica.
Perfectamente válida, además, desde el momento en que, liberados, salgan a vuestro encuentro a los umbrales de la Vida o se reunan con vosotros en ella, si les hubierais precedido en el Reino de Amor.
Fíate de Mí, María. Yo trabajo por ti y por tus seres queridos. Conforta tu espíritu. Vengo para darte la alegría. Confía en Mí».
Dice Jesús: «El secreto del alma que no quiere perder a su Amor, Dios, debe ser ya te hablé de ellos permanecer siempre unida a Dios con las potencias del alma.
Hagáis lo que hagáis, tened el espíritu firme en Mí. De este modo santificaréis todas vuestras
acciones haciéndolas agradables a Dios y sobrenaturalmente útiles para vosotros. Para quien sabe permanecer en Dios todo es oración, porque la unión no es otra cosa que amor, y porque el amor transforma en adoraciones gratas al Señor hasta las acciones más humildes de la vida humana.
En verdad te digo que, entre quien está muchas horas en la iglesia repitiendo palabras con el alma ausente, y quién está en su casa, en su oficina, en su negocio, en su ocupación, amándome a Mí y al prójimo por Mí, permaneciendo unido a Mí, quien reza es el segundo y es a él a quien bendigo, mientras que el primero sólo está cumpliendo un precepto hipócrita que Yo condeno y desecho.
Cuando el alma ha sabido alcanzar esta amorosa ciencia de saber permanecer con sus potencias
firmes en Mí, produce actos continuos de amor. Hasta en el sueño material me ama, porque la carne se adormece y se despierta con mi Nombre y pensando en Mí, y mientras que el cuerpo descansa el alma continúa amando.
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